Reseña Revista

Reseña del libro: Mentiras que no te conté de Elma Correa

Por Rebecca Bowman

Con una soltura campechana la colección de cuentos, Mentiras que no te conté, de Elma Correa, ganadora del Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2021, retrata un noroeste mexicano muy suyo y muy actual. La comunidad fronteriza de Correa es una en donde aquellas mujeres que se autodenominan morras enfrentan los problemas existenciales de adultos jóvenes: la incertidumbre, la falta de dinero, el excesivo consumismo, trastornos alimenticios, cuestiones de identidad, la obligación de estar en forma, el anhelo de cultura cuando se desprecia la propia, la inescapable violencia de la zona. Gran observadora de sus alrededores, atinada en sus descripciones, muy al tanto de los temas más urgentes, y siempre capaz de sorprendernos, Elma Correa nos engaña, pues parece que escribe solamente para que soltemos una risa, pero de repente una frase suya o una imagen nos punza el corazón. Nos revela la frontera vista desde el lado sur y no el norte, en donde la línea pesa más, como obstáculo, como impedimento, un microcosmos que nos hace confrontar nuestra propia cotidianidad, nuestras circunstancias y las decisiones que tomamos al respecto.
La obra de Correa es un espejo de casa de las risas que en lugar de distorsionarnos nos obliga a renunciar esas deformaciones que nosotros mismos hemos hecho a nuestro propio reflejo. La mayor parte de los textos dejan una sensación de profundo desamparo. Hay personajes encerrados y otros que no saben hacia dónde dirigirse, quienes intentan escapar y quienes sirven como imán para obligarlos a regresar. Quedamos con el impulso de hacer un cambio, sin que ella indique cuál deba ser.
Como en tanta literatura posmoderna los personajes tratan más con los textos y otras creaciones humanas—la música tecno, las películas de subgénero—que con el mundo natural. En los cuentos se combinan elementos y frases de la cultura popular y los personajes usan como referentes para entender
su alrededor cantantes, figuras del cine y caricaturas de mangas, pero es obvio que Correa está arraigada en la realidad, ya que esto es con lo que interactuamos hoy en día cuando pasamos más tiempo en TikTok que en la calle, cuando la gente no se habla sino textea. Sus personajes rondan en los antros, pero no son cínicos, aún conservan una profunda inocencia y una vulnerabilidad que nos hace quererlos.
Siendo su mundo fronterizo el de Mexicali y de Tijuana, en donde gran parte de los residentes son migrantes detenidos en su búsqueda de un proyecto de vida por una línea inmutable, nos adentra a un espacio que como los puertos es dinámico y diverso —hay haitianos, centroamericanos, chinos, vietnamitas. En cambio, la presencia de Estados Unidos en algunos cuentos parece reducirse a las tiendas de yogur congelado y de CBD.
Es un mundo de contrastes, pero es un contraste que no es contraste porque las cosas siempre permanecen juntas, la desdicha de un mundo en donde las opciones son “pagar, huir o morir”, junto a la necesidad de tomarse una pastilla rosa para, aunque sea por una noche, no sentirse uno mismo, la yuxtaposición de tacitas de té y jeringas usadas, de talismanes ancestrales y post its. En un solo relato se vira entre el humor, la violencia, la denuncia y aquella especie de alegría delirante que da el cumplimiento de una revancha. Correa protesta no con aquella indignación autocomplaciente que invade nuestros medios sociales, sino con la irónica resignación de los que han vivido en la sombra de una reja de nueve metros de altura.
El tono de Correa nunca es moralizante, casi casi parece al de una joven influenciadora en Instagram, alegre, vivaz, bullosa; pero algo en ese tono incomoda y deja huella, lo que es una de las funciones más antiguas de la buena literatura. Al buscar un tono equivalente, se piensa en el de Thackeray, de Ibargüengoitia o de Evelyn Waugh.
Si queremos mirarnos bien, entender bien cuánto estamos evadiéndonos, no hay mejor espejo que este libro que obliga al desengaño.

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