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Ojos bien abiertos

Diálogo entre Marisol Vera Guerra y María Merino Martínez

Monterrey – Burgos, 12 de marzo de 2024

Marisol Vera Guerra, Ojos bien abiertos, mi experiencia como mujer autista con un diagnóstico en la vida adulta, Letras en La Frontera, San Antonio, Tx, EE. UU., 2024.


María Merino: Marisol, al principio de tu libro haces una descripción de lo que te fascina y lo que no soportas, consigues en mí una sonrisa con esa introducción de escritora, y a la vez en pocas frases, muchas mujeres van a encontrarse; enumeras tu inmersión en la comprensión de lo femenino y del autismo a raíz de tu experiencia de ser madre y dices sentirte reflejada en las características de las mujeres autistas hasta el punto de preguntarte: “¿Pero no es esta mi biografía?”. Hoy presentas Ojos bien abiertos que es tu biografía, un libro para exclamar “¡Esta soy yo!”, y un volcado de toda la belleza y
conocimientos que te han atravesado en tu vida. No sé si has hecho el ejercicio de leerte con esa mirada disociada que a veces tiene uno cuando lee sus escritos después de un tiempo, y si es así, ¿qué es lo que has sentido? ¿Te redescubres, te reconoces, te sorprendes?

Vera Guerra: Creo que ese ejercicio de relectura ha empezado apenas hace unos días, cuando recibí el libro impreso. Lo había estado esperando con ansias y, sin embargo, al llegar la caja a mi puerta no fui capaz de abrirla sino hasta el día siguiente. Estuve toda esa noche pensando en lo que significaría la experiencia de abrir la caja y encontrar mi libro allí. Como editora y escritora, recibo muchos paquetes de libros cotidianamente, pero este contenía algo más, ¿me contenía a mí? ¿Se puede decir que la lectura empezó allí, con esa caja cerrada por 24 horas en mi cabecera? Cuando lo palpé fue cuando empecé a sentir que lo leía “desde afuera”.
Lo primero que me sorprendió cuando escribí la primera versión del manuscrito fue que había dejado caer mis defensas, había bajado mi vigilancia, y el resultado fue un libro fractal, ecolálico incluso, que se repetía una y otra y otra vez… Tuve que despersonalizarme y ponerme en el papel de editora para revisarlo y reescribirlo varias veces antes de dárselo a mis lectoras Beta (que fueron tres), quienes, a pesar de esta depuración previa, me hicieron la misma observación: parecía que el libro volvía a comenzar varias veces, hasta con las mismas frases. Así que tuve que hacer exhaustivas revisiones para suavizar este efecto antes de darlo a mi editor. Aunque conserva su escritura cíclica, ya me parece que está en el umbral. Ahora se exhibe por primera vez en una feria del libro en Monterrey, expuesto, separado de mí, y asumir esto también me hace dar una lectura distinta. Leo muchas veces en mi cabeza pasajes del libro, algunas frases, los dibujos, y entonces lo siento muy mío. Pero cuando lo contemplo en mi librero o en un estante público, me parece que está fuera de mí; lo tomo, lo leo y me digo: “Esto es tan obvio, es real, es parte del mundo”.

María Merino: El libro está lleno de frases tajantes, rotundas, expansivas, quiero mencionar algunas aquí con el objetivo de aterrizarlas en mi siguiente pregunta: ¿Qué ha significado el diagnóstico para ti? Al leerte yo veo una intelectualización profunda, una racionalización de las vivencias, una memoria emocional de una precisión impactante y un proceso. Te leo algunas de esas frases, algunas con carácter de epifanía, y en las que me parece que consciente de su trascendencia tú misma las señalas en negrita

Entrar en la pubertad fue como si me rompiera.
Los sentimientos de aislamiento se compensan al sentir que alguien más los valida. En mi caso esta validación no existía.
La palabra “instinto” ha sido reducida en la vida moderna.
Una buena parte de mi existencia ha sido un ir y venir entre la saturación sensorial-emocional y una desconexión de la realidad (…) las rutinas que otros imponían solían ser contrarias a mi naturaleza.
Yo tengo la sensación de que mi mente ejecuta tareas en segundo plano (…) pero un buen día (a veces debido a un detonador externo) se integra toda esa información.
Y yo lo que sentía desde la infancia no era miedo a los otros, sino una dificultad para entender cómo se comunicaban.
Nunca antes, sin embargo, hasta que leí mi informe de procesamiento sensorial, se me había ocurrido que no era necesario esperar a sentir un desgaste intenso para hacer una pausa. Es decir, el descanso y el cambio de actividad pueden ser parte de la regulación cotidiana preventiva.

Vera Guerra: El diagnóstico significó autoconocimiento, no solamente de una manera abstracta, subjetiva, sino absolutamente práctica. En varias ocasiones había llevado procesos terapéuticos y, aunque tuviesen algunos efectos positivos, no aliviaban el malestar, atendían el síntoma, pero no estaba explicado el porqué. Por ejemplo, yo me considero una persona con una autoestima alta, creo que si no me amara intensamente no habría pasado la vida tratando de entenderme. Sin embargo muchas veces sufrí violencias y abusos, cuando consultaba en instituciones me daba la impresión de que las terapeutas
trataban de señalar una baja autoestima como un factor relevante, porque daban por hecho
que yo era consciente de las violencias y que las aceptaba por mandato social (como creo que ocurre en varios casos), cuando lo que en realidad pasaba era que yo no entendía esas violencias, mi literalidad social hacía que se me hiciera muy difícil identificar una mentira, por ejemplo, o si algo había sido hecho “a propósito”. Si alguien hacía algo absurdo, yo a menudo pensaba que lo había hecho porque “no sabía que eso era malo” y se lo trataba de explicar. Era, pues, una dificultad para comprender los códigos, no un problema de autoestima (pero estos malentendidos sí podían finalmente hacerme dudar sobre mi propia valía y darme un sentimiento de inutilidad). Entonces terminaba abandonando las terapias,
yo misma las “cerraba”, porque sentía que querían “curarme” algo de lo que no estaba enferma.
Después del diagnóstico de autismo tuve un año y medio de terapia enfocada en mis dificultades pragmáticas. Ya sin la restricción de adaptarme a una expectativa de normalidad, me sentía con la libertad de ocupar toda una sesión, por ejemplo, hablando de un mensaje de texto que no entendía cabalmente o de una sensación, o de mi dificultad para ejecutar una tarea. Algo que me pasaba mucho era la dificultad para priorizar, no sabía qué tarea poner en primer lugar y en la pura rumiación se me podía ir el día entero, así que el trabajo se me acumulaba, y esa acumulación me hacía aún más difícil priorizarlo, es lo
que yo llamo un bucle. Ahora estos bucles son menos frecuentes.
Con el diagnóstico y la terapia enfocada, muchas cosas comenzaron a acomodarse en mi mente, me ha sorprendido que empiezo a integrar visualmente paisajes, quizá a alguien le suene raro, pero estoy habituada a vivir con una sensación permanente de no saber dónde estoy, mi mente es capaz de ver y percibir muchas cosas al mismo tiempo, pero no las integra… al menos, no de inmediato. Para ver un paisaje completo, tenía que pasar mucho tiempo y requerir mucho esfuerzo. Por eso siempre tenía la sensación de moverme en túneles. Para mí el mundo estaba hecho de túneles con muchísimos detalles difíciles de entender. Ahora, hay veces en que salgo de casa y veo como si una gran parte del paisaje
apareciera completo, ya integrado. ¡Esto es magia! He llorado incluso y me he preguntado: ¿es así como lo ve la demás gente?, ¿así de fácil es? ¡Como si me hubiera crecido un sentido!
El llanto es otro regalo que me ha dado el diagnóstico. Siempre he sentido que tengo la palanca del llanto descompuesta, y envidiaba la capacidad de las personas para llorar “por las cosas correctas”. Un día desperté de un sueño llorando. Y me sorprendí de poder llorar de manera fluida. En ese sueño yo estaba con un amigo a quien no había visto en mucho tiempo y no sabía si lo quería o lo extrañaba, pero me lo preguntaba a diario porque no sabía “qué era lo que debía sentir”. En el sueño yo estaba contenta de verle y al abrir los ojos y ver que él no estaba, lloré. Esa fue la primera vez que pensé que “entendía” la melancolía.

María Merino: Das mucha importancia a la comunicación, al instinto, a la necesidad de certezas y al gasto de energía que supone partir de los detalles para entender la generalidad con precisión en contraposición a un tipo de pensamiento inductivo. Quiero citarte cuando mencionas esto y compararte, si me permites, con Pizarnik, en esa necesidad de comprensión:

El lenguaje hablado que era capaz de elaborar, aunque servía para interactuar, no expresaba los contenidos profundos de mi mente. E, igualmente, la realidad percibida no tenía sentido si no organizaba las imágenes que recibía en mi cabeza.

Vera Guerra. Ayer leía una reflexión (parafraseo) de que no todos los autistas tienen ansiedad social, porque algunos no sienten tanta necesidad de comunicarse y pueden simplemente enfocarse en los detalles de los objetos. Yo pertenezco a ese grupo de autistas que sí necesitan de la comunicación frecuente con otros seres humanos, definitivamente no de la forma típica, no en las reuniones casuales, sino con un propósito, relaciones tejidas con el fino hilo de las afinidades.
Me conmueve que me compares con Pizarnik, una poeta a la que quiero, creo que no la admiro tanto como la quiero. No sé cómo suene esto, sus poemas me despiertan una conmoción. Admiro más, por ejemplo, a Sylvia Plath o a Edgar Allan Poe, sus estructuras lingüísticas, sus temas, sus invenciones… Pero Alejandra, ella misma es un lenguaje. No necesito admirarla, ni necesita mi admiración, se basta a sí misma como un todo, como un concepto aislado de los otros y, al mismo tiempo, indispensable para el mundo. Podría ser mi hermana o mi hija, no sé. Hay dos poemas que le he dedicado, uno muy breve que habla del Seconal, porque en mi juventud me sentía muy identificada con ella y alguna vez quise también dormirme como ella; el otro se los dediqué a ella y a mi hija Latika, porque mi labor de parto inició el 25 de septiembre, en el aniversario luctuoso de Pizarnik, pero mi hija terminó de nacer hasta el 27, que es el día de mi cumpleaños. Para mí fue muy simbólico todo esto, además, en aquel momento yo tenía la edad de mi madre cuando me tuvo a mí: como si se reiniciara un ciclo cósmico.
El poema lo escribí con las primeras contracciones que avisaban del parto, y en mi cosmogonía personal Alejandra es la madrina de mi hija, su diosa cuidadora. El poema lo escribí escuchando “El trino del Diablo”, de Tartini, y se llama “El día en que Latika comenzó a nacer”.

María Merino: No me sorprende tu conexión con Pizarnik, en mi opinión sus diarios son el diario de a bordo de una mujer autista en un momento en el que no se podía dotar de esa identidad porque el autismo se desconocía. También yo tengo una conexión con ella, y es que cuando se presentó en Argentina el libro Mujeres y Autismo se hizo en la sala Pizarnik de la feria, nadie lo eligió, surgió así y me hizo muy feliz aquella coincidencia. La quiero también y la admiro, me hubiera gustado verla cantar esas letras en idiomas desconocidos que memorizaba sin saber ni cómo, ni por qué, y decirla que esa habilidad es belleza para mí.
Quiero que me hables de otros momentos presentes en el libro que me conmueven, como aquellas veces en que mencionas a tu abuela: “Mi abuela formó el vínculo regulador de mi vida durante la infancia y hasta hace pocos años, cuando murió”. ¿Por qué crees que ella era capaz de anticipar tus necesidades y saber cómo ayudarte en esa coregulación tan hermosa de la que hablas?

Vera Guerra: Esta pregunta me la he hecho muchas veces. He llegado a la conclusión de que mi abuela era como yo en alguna naturaleza esencial; es probable que también haya sido neurodivergente, creo que por eso ella se sintió identificada conmigo desde que nací, fui la nieta a la que más cuidó, aunque también procuró mucho a otros nietos, le gustaba cuidar nenes, pero siento que entre nosotras se tendió desde un inicio un tejido invisible que iba más allá de las palabras. Aún lo siento. Sigue apareciendo en mis sueños y me aconseja, me da certezas cuando tengo dudas. Ella nunca aprendió a leer, sin embargo, era bilingüe, hablaba el español y el náhuatl, su lenguaje estaba lleno de arcaísmos y de neologismos, tenía una gran habilidad para ponerles nombres nuevos a las cosas. Se dedicó al cuidado de la casa, pero cuando era ya anciana, imposibilitada de seguir con la faena doméstica debido a una fractura en la cadera, un buen día se puso a crear figuritas de tela. Las cosía con un sentido de la proporción sorprendente, como si tuviese en su mente las plantillas, solo tomaba las tijeras y cortaba las formas, las unía y ¡listo! Tenía una afición a las tortugas y los pingüinos. Las regalaba casi siempre a sus nietos, aún conservo varias.

También le gustaban los juguetes, tenía una especie de coleccionismo, sus cajones siempre estaban llenos de objetos brillantes, retacitos de tela y juguetes pequeños.

María Merino: Una de las grandes preguntas de las mujeres autistas que reciben su diagnóstico en la edad adulta es: ¿cómo dejar de hacer masking? Y si deben dejarlo o no. Me gusta lo que dices porque pienso que la pérdida de la propia identidad es el resultado de relaciones de violencia, donde no hay camino para una verdadera aceptación o validación y creo que las mujeres autistas lo estáis reflexionando, pero no llega tanto al campo de la intervención o de la vida.

El enmascaramiento autista va mucho más allá de fingir un papel, es una suplantación gradual de la identidad, pues la persona se siente obligada a despojarse de los rasgos de sí misma que son rechazados o que la hacen diferente, es decir, ¡renunciar a su propia naturaleza! La mejor terapia es ser yo misma.

Vera Guerra. Esta pregunta no he logrado respondérmela cabalmente. Pero creo que al irme deshaciendo de expectativas inadecuadas e ir abrazando mi naturaleza, poco a poco he venido expresando partes de mí que habían permanecido ocultas. Desde que abandoné los trabajos normados, hace más de una década, y comencé a dedicarme exclusivamente a mis intereses, eligiendo mis ritmos, en un espacio autoregulado, mi yo auténtico se fue manifestando con mayor libertad, no por una actitud consciente de “quitar el masking”, sino que ya no era necesario dejar de ser yo. Pero, claro, el mundo sigue allí, con sus protocolos y sus demandas, y no siempre puedo estar en mi espacio seguro, creando, jugando con las
palabras y las sensaciones, así que este masking continuó toda vez que debía “salir a ese mundo”. Y ahora, con esta consciencia, me pregunto, ¿cuál es el umbral donde debo detenerme? En ciertos contextos, paradójicamente, he descubierto que es menos desgastante representar un papel que ser yo misma. Por ejemplo, en un banco, en una oficina, en una llamada telefónica de un familiar con el que no me relaciono demasiado.
Hace poco, debido a la enfermedad de mi padre, atendí en casa de mis papás varias llamadas telefónicas de familiares que ni siquiera sabía que existían o que hacía muchos años no veía, era más fácil solo decir algo como sí, sí, de acuerdo, claro, muy bien… a tener que explicar por qué no encajaba en sus visiones de la situación o por qué me resultaban insufribles sus consejos, no tenía energía para eso. Me esforcé por ver las cosas desde su perspectiva: parecía como si pensaran que hablar y hablar acerca del problema
me iba a reconfortar, como si llamar con frecuencia fuera una especie de aliciente… ¿es que eran ellos quienes lo necesitaban? Yo solo quería silencio, cuando colgaba no había cambiado nada, mi padre seguía enfermo y yo no me sentía “desahogada”, sino saturada; pero no quería parecer grosera: ¿y si esta es su forma de manifestar empatía? Me la pasé todos esos días envuelta en la manta de peso mientras trabajaba en mi laptop. Pero si hubiera colgado abruptamente o si me hubiese puesto a explicar por qué me hacía daño recibir esas largas llamadas, habría sido más desgastante. En cambio, este tipo de cosas sí
se las puedo explicar a mis hijos, a mis amigos; o puedo decirlas por escrito para más gente.
Tal vez lo único que podría sugerir es que cada mujer autista que va descubriendo o construyendo su identidad, explore su entorno para decidir, en cada ocasión, qué es mejor.

María Merino: Antes te preguntaba si habías releído tu libro, sorprendida, y pensando en tu memoria me encanta esta anécdota que cuentas del libro borrado:

Una vez alguien me borró del disco duro de mi computadora el único manuscrito de un libro. No importa, le dije, puedo hacerlo de nuevo. Y esa tarde lo reescribí de memoria. ¿Lo ves?, le dije. No puedes robarme lo que está dentro de mi cabeza.

Creo que ese perfil de habilidades dispares es complejo de ser tolerado por el entorno, si tienes superbuena memoria, ¿por qué no te acuerdas de dos instrucciones que acabo de decirte o que he repetido, o no reconoces a la editora que viste hace un mes en otra feria? Pienso que a tu alrededor las personas se pueden hacer esas preguntas y es difícil gestionarlas. En tu libro te importa que tus padres tengan la explicación, y te importa aún más ser tú misma quien tenga esta explicación, pero ¿cómo lidiar con las personas que van y vienen en nuestras vidas?

Vera Guerra. Esta es una pregunta compleja. Creo que la abordé un poco en mi respuesta anterior. Es muy difícil estar explicando este tipo de detalles todo el tiempo a toda la gente que una se encuentra. La mayoría de las veces encuentro que es mejor dejarlos pasar, pero si se trata de alguien con quien voy a estar conviviendo con frecuencia, sí me parece mejor hablarlo. Hasta ahora la mayoría de las veces he hallado empatía o al menos disposición en mi círculo cercano, aun así, a ratos “se les olvida”. Por ejemplo, la amiga a la que veo con más frecuencia, aun cuando sabe que soy autista y le he explicado directamente que no me gusta que use ciertas palabras porque me lastiman, de vez en cuando “se le salen”, creo que inconscientemente. Y es que cuando yo digo que “me lastima” es porque percibo un
efecto físico, tengo sensaciones palpables, no sé si una persona neurotípica puede experimentar una palabra de forma puramente abstracta, ¿se puede? Yo la siento directamente en el cuerpo.

María Merino: La tristeza es un glaciar. Me encanta que uses esa frase, la he utilizado de distintas formas en mi vida para expresar la tristeza, la ausencia de emocionalidad y la proporción de la misma, y cuando la expresas hablas de la alexitimia y organizas tan bien las preguntas clave para identificarla que me deja perpleja, pero esto me lleva a una reflexión que desde el punto de vista de la vida me parece fundamental. Comprender cognitivamente algo no es transitarlo emocionalmente, es una reflexión que de otro modo también planteas en el libro y sobre la que me gustaría escucharte

Ha sido una tarea compleja desde mi infancia:

1- Darme cuenta de que estoy sintiendo algo.
2- Interpretar qué es eso que estoy sintiendo.
3- Preguntarme si lo que siento es proporcional a las circunstancias.

Vera Guerra: Esta forma meticulosa de explorar las emociones ha tenido dos vertientes, la más positiva es que me ha permitido ser pragmática en momentos de la vida en los que necesitaba mucho enfoque para resolver problemas; pero ha jugado en contra mía cuando se ha tratado de credibilidad sobre mi mundo emocional. La gente a menudo no puede creer que soy susceptible a llegar a estados límite, y entonces no reconoce cuando necesito ayuda. A menos que me conozcan muy de cerca o que sean personas sumamente sensibles e intuitivas, no reconocerán mi necesidad de ayuda cotidiana. Y como yo tengo
dificultad para pedirla, se forma una situación compleja. ¿He logrado transitar, ya, todas las emociones? Un poco antes hablé de que había experimentado la melancolía después de un sueño (escribí un cuento sobre eso), para mí era una emoción completamente nueva… o al menos no la había experimentado con esa profundidad y color.

María Merino: Me interesa mucho el vínculo y la conexión con tus hijos desde lo intangible y desde lo no normativo, y pienso cuánto es necesaria la tribu para estar bien. Me encanta esta anécdota:

Nunca he censurado los stims de mi hijo. No creo que sea nocivo que ande descalzo en casa con los pies mojados.

Abordas todo, la parte física, la emocional y con un acierto profesional sorprendente, creo que es el mejor libro para comprender el autismo que he leído, me fascina, pero de todo el libro lo que más me impactó fue el momento en el que hablas de la primera vez que abrazaste a tu mamá, me conmovió profundamente, me hizo pensar en Temple y me hace pensar en la importancia de comunicarnos fuera de la oralidad como primates y seres vivos que somos, en la importancia que tiene para ti esos ratos de descanso abrazando peluches, y la importancia de sentirte cómoda, quitar pesos para no enfermar, para abrazar y cómo el autismo nos puede enseñar con más claridad, o quizá por explorar tan vívidamente los
extremos, lo que de verdad es importante en la vida.

Pienso que todos los seres humanos compartimos el mismo mundo emocional, pero algunas naturalezas llegan a estados límite con frecuencia. Quizá el expresar ese estado límite a través del arte nos permite mirar a todos, neurotípicos y neurodivergentes, lo que hay detrás de la máscara colectiva.

Totalmente de acuerdo.

Vera Guerra: Sobre el tema de mi madre… creo que su imagen o la necesidad de su imagen ha sido parte central de lo que escribo. Una de las cosas que más me impactaron cuando comencé a revisar mi vida, sabiéndome autista, fue ver cómo su imagen iba emergiendo en los recuerdos tempranos. Yo nunca me había explicado por qué no la recordaba en los primeros años de mi vida y, sugestionada por las ideas del psicoanálisis clásico, pensaba que tenía algún tipo de “trauma” que la había “borrado”, pero al ir revisando minuciosamente las escenas, las sensaciones, las formas de esos recuerdos tempranos, de pronto su imagen comenzó a ser visible en mi mente. Y sentí que no había ningún trauma que la hubiese borrado, sino algo más relacionado con la percepción y la memoria: un registro atípico donde los elementos de la imagen no estaban del todo integrados.
Mi madre nunca ha sido particularmente afectuosa con las personas; sin embargo, siempre sentí que tenía con mis hermanos una relación que conmigo no. ¿Por qué no habíamos logrado establecer este vínculo? Sentía su cuerpo como algo extraño y lejano.
Tras el diagnóstico ella tuvo la iniciativa de pedirme un abrazo, y al inicio no sabía cómo responder a ese abrazo; no era una incomodidad que viniera de su cuerpo (aunque sí hubo muchos años en que su olor me saturaba, era un olor a paleta de fresa o de cereza que “me empalagaba” cada vez que estaba cerca), sino la incomodidad de “no hacerlo bien”, de no saber cuánto debía durar, qué fuerza debía aplicar. Preguntas semejantes a las que me hago sobre el lenguaje. Yo estaba en su casa, pasando la temporada decembrina, y ella inició una rutina: cada mañana, cuando salía de la habitación, me extendía los brazos y me decía una frase como: “Mi chiquita, ven, dame un abrazo”, y al cabo de un tiempo se me fue haciendo natural. Después de ese lapso, en cierta forma volvimos a nuestro trato habitual,pero algo se desbloqueó en mí.
Este año, 2024, he aprendido, además, a acariciar a mi padre. Su enfermedad que ha sido a un tiempo dolorosa, también, de forma extraña y paradójica, me ha permitido acercarme, cuidarlo a ratos, quererlo de una forma más orgánica. Mi padre ha sido un hombre inteligente y, a pesar de que socializaba mucho en su juventud, algo de él siempre me pareció encriptado. Y yo nunca había sabido cómo atravesar ese umbral del contacto, sí nos podíamos saludar o dar un abrazo, pero siempre lo había sentido protocolario aun con lo mucho que lo quiero.
Mis hijos, entre mayores se vuelven, más se separan de mi cuerpo. Cuando eran pequeños, había muchas cosas que se me daban de forma instintiva con ellos, pero ahora han desarrollado un carácter propio. Aun cuando todavía son menores de edad, tienen definidas muchas cosas de sí mismos que −estoy segura− ya no van a cambiar, solamente a potenciarse o contenerse, pero su estructura de personalidad, la base, ya está aquí. Eso tiene sus puntos de conflicto: sus necesidades pueden llegar a ser opuestas a las mías; sus percepciones, contrastantes. Y yo, como la madre, la brújula, el eje de la casa, debo vigilar todo el tiempo el equilibrio entre su autonomía y el respeto mutuo. Sin embargo, ya no soy solamente yo la que cuida, a veces siento que es simétrico, que nos cuidamos entre todos…

María Merino: Hay mil temas más como las certezas extrasensoriales, las epifanías vitales y la capacidad de detectarlas, la doble excepcionalidad que me parece de una frecuencia insólita pero que puede explicarse… el mundo laboral, la maternidad, el concepto de lo femenino… es exhaustivo, no podemos abordarlo todo.

Vera Guerra: En el último capítulo de mi libro digo, precisamente, que me faltaron varios temas que considero importantísimos. Por ejemplo, esto que mencionas de la doble excepcionalidad, no he hallado estudios en Latinoamérica sobre el tema; tu libro Mujeres y Autismo, es el primero que leo donde hay un capítulo dedicado al rubro, en lengua castellana. Gracias, María, por validar este trabajo de escritura, que ha sido el más complejo de escribir en toda mi carrera literaria, por ayudarme a ver que era valioso publicarlo. Me siento demasiado… no sé si esto es una forma de la felicidad.

Marisol Vera Guerra: Escritora, editora y tallerista mexicana. Licenciada en psicología con Maestría en Ciencias de la Educación y la Comunicación. Ha publicado libros en diversos géneros, individuales y en coautoría, en México, Estados Unidos e Italia, entre los más recientes: El cuerpo, el yo y la maternidad, poesía para desactivar patrones establecidos y Otras mujeres como lobas.
María Merino Martínez: Doctora en Ciencias de la Educación, psicóloga y psicopedagoga, directora técnica de Fundación Miradas, psicóloga de la asociación Autismo Burgos. Coordinadora y coautora de los libros Mujeres y autismo, Todo sobre el Asperger y diversos cuentos para sensibilizar sobre el autismo.
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