Ensayo Revista

Tablada, en el país del sol

Por Amélie Olaiz


Buenas noches, gracias por venir. Gracias INBA por invitarme, gracias Leticia Luna. Y gracias Rodolfo Mata por la información que compartiste conmigo.

La figura de Tablada fue, durante muchos años, poco reconocida. No sólo por el desagrado que generó su adhesión a Victoriano Huerta, sino también porque existen misterios alrededor de su viaje a Japón en 1900. Se creía que el viaje de Tablada era una falacia, y que sus amigos lo cubrían con rumores. Decían los incrédulos que sus cartas, datadas en Japón, eran una treta, y que Tablada había encontrado la manera de enviarlas desde San Francisco a Yokohama para que llegaran a México. Rueda de la Serna sospechaba que Tablada nunca hizo ese viaje por miedo a la peste bubónica.

Hace un mes aproximadamente me invitaron a hablar de Tablada. Esto se unió con un viaje próximo que tenía que hacer a Japón.  Gracias a Rodolfo Mata conseguí el libro: En el país del sol.  El único testimonio que queda, hasta ahora, de la estancia de Tablada en Japón. Y que está compuesto, en su mayoría, por los artículos que Tablada mandaba a la Revista Moderna desde Yokohama en 1900.

Así que voy a hablarles del libro En el país del sol y del viaje que, entre el presente y el pasado, hice a Japón.

Desde la sala de espera en el aeropuerto leía mientras, gracias al cuerno de la abundancia informativa que es internet, resolvía dudas provocadas por términos y palabras que desconocía.

Al leer a Tablada, uno se da cuenta que como decía Octavio Paz: 

“La obra de José Juan Tablada es una pequeña caja de sorpresas, de la que surgen en aparente desorden plumas de avestruz, diamantes modernistas, marfiles chinos, idolillos aztecas, dibujos japoneses, una calavera de azúcar, una baraja para decir la buena ventura, un grabado de “La moda en 1900”, el retrato de Lupe Vélez cuando bailaba en el teatro lírico, un lampadario, una receta de las monjas de San Jerónimo que declara cómo se hace la conserva de tejocotes, el arco de Arjuna…fragmentos de ciudades, de paisajes, de cielos, de mares, de época…”

Tan fascinante me pareció el universo de Tablada en 1900, que al bajar del avión me incomodó ver a los japoneses vestidos a la manera occidental y no en kimonos de colores, como los vio Tablada al llegar al puerto de Yokohama.

Aunque estamos hablando de casi 120 años de diferencia entre el Tokio de Tablada y el mío, encontraba semejanzas entre su percepción y la mía: “Y entre aquellas multitudes sentíamos un mareo y la noción abrumadora de las excesivas poblaciones asiáticas que se reproducen y hormiguean como un fermento bajo el cristal del microscopio…”

También me sentí abrumada como él, no por los 2 millones de habitantes que había en 1900, sino por los 35 millones de hoy en día.

Conforme leía las crónicas de En el país del sol, confirmaba la influencia francesa e inglesa de la que hablan, Seiko Ota y Atsuko Tanabe, estudiosas de la obra tabladiana. Pensé que Tablada, como cualquier viajero, debió llevar una guía de viaje. Quizá de Chamberlain o de los hermanos de Goncourt, porque Tablada sentía una profunda admiración por ellos. Especialmente por Edmond de Goncourt, a quien dedica su libro Hiroshigue. Los Goncourt eran franceses, amantes de la pintura japonesa, coleccionistas de antigüedades asiáticas y escritores. Curiosamente, los datos que tenían estos coleccionistas procedían de un japonés que les conseguía objetos preciosos, y de las lecturas que habían hecho sobre Asia. Como es natural, esta información pertenecía a una época quizá 50 o 100 años anterior a ellos, porque los Goncourt nunca fueron Japón. Chamberlain, por el contrario, había trabajado en Japón, hablaba japonés, lo traducía, y publicó diarios de viaje.

Considerar estos hechos convierte a las crónicas, de En el país del sol, en un viaje entre el Japón de hoy, el Japón de Tablada, la imaginación de nuestro artista y el pensamiento europeo de su tiempo.

En el país del sol, Tablada busca con frecuencia el solaz de la naturaleza, y se interna en el parque de la Shiba y en otros bosques de Yokohama. Al poco tiempo de entrar en ellos, se escucha un ruido que podría compararse con centenares de sonajas: las cigarras, esos insectos amados por Tablada que merecieron no sólo sus dibujos, sino uno de los haikus más hermosos:

Las cigarras agitan

sus menudas sonajas

llenas de piedrecitas…”

Nuestro artista llega a Japón en verano y goza de él, aunque por momentos se lamenta del sofocante calor y los bochornos. En otoño nos habla, en la crónica llamada “Bucólica”, de la perdida de esta naturaleza que él describe como: “paisajes feéricos y paradisíacos!” El otoño traerá la muerte de sus amadas chicharras “… encontrar el cadáver de una cigarra, intacto y puro en la muerte, como la pequeña momia de una hada!”

Si se dan cuenta estas palabras de Tablada casi son un haiku: Cadáver de cigarra / intacto y puro en la muerte / momia de hada.

Hoy sabemos, gracias a Martín Camps, que Tablada regresó a México en diciembre de 1900. Cuando pienso en las razones que motivaron a Tablada a volver, tengo la sensación de que también contribuyó la falta de esta naturaleza tan prodiga, a la que pertenecían el universo de los insectos y las cigarras.

Y saquemos algo más de esta caja de sorpresas que es En el país del sol:

Los manjares que describe Tablada en la crónica de la “Ceremonia del té”, son en verdad exóticos. Y bueno, a uno le da curiosidad ver algo similar. Sin saber lo que costaría, entramos a un restaurante donde servían la comida tal y como está descrita en el fastuoso banquete en casa de Miyabito-San. Cito:

“Yo he visto un pescado en salsa blanca, dispuesto de tal manera, que se veía el pez como vivo, dando golpes de cauda y aletas entre la salsa que imitaba en la copa de laca el movimiento de un menudo oleaje… Hay verduras que se añaden al manjar teniendo en cuenta no sólo el sabor adecuado, sino la armonía del colorido. Y por todo esto la cocina japonesa es increíblemente dispendiosa y un ricohome nipón dilapida en banquetes tanto como un clubman europeo en el Derby o en la mesa de Bac… Un miembro de la aristocracia de Tokio puede arruinarse en el restaurant a la moda…”

Esta descripción podría situarse hoy en día, nosotros lo vimos tal cual, lo comimos y tendremos que pagar una cuenta descomunal.

Sobre la arquitectura japonesa, Tablada dice, también en la crónica de “La ceremonia de té”, refiriéndose a la casa de su anfitrión:

“Todos los departamentos de la vasta mansión tenían la sencillez característica de los interiores japoneses; esteras albeantes y acolchadas que hollábamos descalzos; maderas preciosas y purísimas cuya fresca virginidad ningún barniz había ultrajado y aquellos ensambles, aquellas junturas de artesones y cornisas sin un solo clavo engarzándose unas en otras por una maravilla de carpintería!”

Estas características arquitectónicas y estos ensambles, si uno tiene un poco de curiosidad, pueden verse hoy mismo en muchas estructuras niponas, incluso en algunas tan simples como una estructura al aire libre, hecha para que las plantas se enreden en ella.

Tablada, como yo, tiene una relación profundamente visual con Japón:

Al entrar a una tienda, ya sea de un coleccionista o de un vendedor, hay que hacerlo con sumo cuidado, porque uno se topa con abanicos finísimos, con exquisiteces de laca o con “ un pez de esmalte rosa aplicado a un prendedor donde se distingue el brillo húmedo del agua”, “una libélula de plata y nácar parece que agoniza y aletea temblorosa clavada en su alfiler de oro!” Y en verdad: “Se siente uno cansado al fin ante aquella ostentación de prodigios, y la admiración se embota al extremo de que los últimos objetos que se nos muestran pasan casi inadvertidos”

Todavía hoy en día: “el japonés bibeloteur y coleccionador de arte nunca muestra sus tesoros en conjunto, sino que los guarda y los va exhibiendo poco a poco, buscándoles el fondo apropiado, la luz conveniente, y contemplándolos aisladamente…” 

Aunque en estas descripciones siento evidente la influencia del coleccionista Edmond de Goncurt, puedo decirles que yo tuve una experiencia similar con un vendedor de reproducciones pictóricas y libros antiguos. Cuando le pregunté por el pintor Yosai, el hombre me vio con sorpresa y sacó, de un cajón en la profundidad de su mueble, unas reproducciones pequeñas de Yosai. Mientras yo las admiraba, me revisó con cierta discreción, y casi arrebatándomelas, dijo: Estas son muy caras.

Si ustedes quieren saber sobre pintura japonesa, no hay mejor introducción que En el país del sol. La mención de estampas japonesas y las pinturas de Hokusai, Hiroshigue, Utamaro, Yosai, Hon Kan y otros, se despliegan a lo largo de toda la obra. Las crónicas de Tablada son una invaluable puerta de entrada a estos artistas que son un portento del arte asiático.

Tablada era también un admirador de los templos, los toris y los suntuosos palacios nipones. Como el Castillo del Nijo, que es donde se hizo el cambio de poderes del shogunato al Mikado, 30 años antes de que Tablada llegara a Japón. En Kioto residía la corte imperial, ahí se encuentran, todavía hoy, innumerables joyas de este glorioso shogunato, gobierno de los samurais, en el que se produjeron maravillas en las artes y la arquitectura.

Según nos dice en su crónica: “Los funerales de un noble”, Tablada conoció al último jefe Shogún. ¿Podríamos decir el último samurai? Tablada describe:

“Los personajes más encumbrados tomaron asiento, el Marqués de Yamagata, que ha sido elevado al rango de Príncipe; el Marqués de Ito, reformador del Japón; el de Nagasaki, el de Aoki, el Conde Enomoto, lejano amigo de nuestro Presidente Díaz y por fin, como una gloria eclipsada, el antes poderoso Shogun, supremo jefe militar vencido por el actual Mikado… Al ver aquel digno anciano, un Tokugawa cuyo blasón es un astro en el armorial japonés, no pude menos que pensar en la “vanidad de todo…”

Yo percibo cierta nostalgia y admiración de Tablada por este hombre. Kioto era la cuna de la aristocracia japonesa. ¿Si Tablada fue a Osaka, como asegura en una de sus crónicas, por qué no fue a Kioto, que está muy cerca? ¿Por falta de recursos?  ¿Por qué no hablaba japonés?

Tablada admiraba las pinturas de Utamaro, pintor de la mujer nipona. Y nuestro poeta escribe sobre las musmés, y sobre las fascinantes geishas que son, como Tablada lo dice:la más alta expresión estética del encanto de la mujer…”. Y yo tengo la certeza de que así es, porque las he perseguido para fotografiarlas, las he visto esconderse al llegar o salir de la Okiya o de algún restaurante carísimo, y me queda la certeza de que encierran un profundo misterio.

En las dos crónicas sobre la mujer, que Tablada envió a la Revista Moderna, es notorio que se cuida mucho de qué y cómo habla de su contacto con las mujeres. En todas las crónicas hace mención de una amada de quien no da nombre. Rodolfo Mata cree que se refería a Evangelina Sierra González, quien era sobrina y ahijada de Justo Sierra. Un matrimonio que resultaría muy conveniente para Tablada. ¿Inhibió Tablada su libertad literaria en las crónicas por su amada y por el padrino de su amada? A pesar de eso, desde una aparente lejanía, nos da textos deliciosos sobre la mujer nipona: “El castillo de la noche” y “La mujer japonesa”.

En el viaje de regreso uno puede reflexionar.

En la crónica, La gloría del Bambú, que es buenísima, Tablada asegura haber llevado consigo al parque, el Manyōshū, 106, que es parte de la colección de poesía japonesa del siglo octavo. Es notorio que escribe mal el nombre de la obra, pues usa una palabra muy extraña.

¿Cómo podía entender Tablada el Manyōshū si no hablaba japonés? ¿Llevaba una traducción de Chamberlain? ¿Quería que sus lectores pensaran que leía en japonés?

Contrariamente a lo que afirman algunos investigadores, desde mi punto de vista, Tablada no cultivo la contemplación, se sintió empático ante el animismo; la creencia propia del sintoísmo de que todas las cosas tienen alma, como él mismo lo dice en su libro Hiroshigué:

“… pues a la fe budista todos los seres y las cosas tienen alma…”.

Este concepto no pertenece a ninguna de las sectas budistas Mahayana o Varhayana, que son las que se practican en Japón. El animismo es un principio sintoísta y el sintoísmo no es budismo, es la religión más antigua de Japón, eso sí.

Tablada no profundizó en el budismo. El budismo zen, en el que se practica la contemplación, estaba reservado para las élites y Tablada se adhirió a las creencias populares que no distinguen entre el budismo y el sintoísmo.

¿De dónde proceden entonces los instantes de contemplación que podemos notar en sus haikus?

Sogyal Rimpoché dice que el estado de contemplación se da brevemente durante el instante creativo, en algunos poetas, pintores, músicos y artistas. Esto es patente al acercarnos a varios haikus de Tablada.

Durante su estancia en Colombia, diecinueve años después de haber estado en Japón, como él mismo lo profetizo en “Bucólica”: “…deliciosos retiros para una vida de amor o para una existencia de arte esas grutas de verdor fragante, esas casas de madera blanca y olorosa!”, se rompe el capullo del artista para concebir Un día, el primer libro de haikus, escrito en español.

Estamos ante un artista de gran talla. Leer a Tablada no sólo es hacer un viaje a Japón y a la cultura de su tiempo, es viajar en su imaginación de artista, en su curiosidad de bibeloteur, y en su oficio de cronista y haijin. Poesía que incubó diecinueve años, para introducirnos, a través de ella, a la fascinante cultura japonesa.

Muchas gracias


Amélie Olaiz

Escritora mexicana. Maestra en Diseño Industrial por la Universidad Nacional Autónoma de México unam y Licenciada en Diseño Gráfico por la Universidad Iberoamericana uia.

Ha colaborado con La Jornada y Reforma, entre otras publicaciones nacionales e internacionales de México, Chile y Estados Unidos.

Obtuvo mención honorífica en el Concurso de Cuento de Ferney Voltaire, en Francia; el primer lugar en el Concurso de Cuento Adela Celorio 2014; y el primer lugar en cuatro diferentes concursos de la marina de Ficticia.

Es tallerista del Taller de Minicuentos Ficticia y directora-fundadora de Ediciones Amarcafé.

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