Por Santiago Daydi-Tolson
“Hay un pájaro verde. . .”, cantan los niños en el pequeño parque del vecindario.
Y la niña que se cree golondrina se imagina una cotorra en “traje de seda verde”, como de esmalte o de esmeralda, encaramada en el palo de mango de la esquina.
Ojillos fijos de abalorio de cristal iluminado son los ojos de la cotorra. Y el pico lo tiene como de bronce bruñido o acero de cimitarra. Se aferra al árbol con sus patitas sarmentosas de alambres retorcidos.
Canta la cotorra o chilla desde su palo verde de la esquina. Imita a los que juegan, mientras espera “que pase la golondrina”, la que nunca viene.
La que nunca llega.
La que nunca vendrá: porque no hay tal golondrina, sino solo un muñeco, que es falso y hueco.