Por Santiago Daydí-Tolson
Medita el pensador en la improbable realidad de un mundo menos confusamente global y, aunque pasivo ermitaño, propone una posible limitación de lo desmedido.
Desde su celoso escondite el paguro—que así se nombra en lengua castellana al “cangrejo ermitaño”—mira el exterior desde la espiral de su concha adoptada y considera, con la curiosidad del contemplativo, la variedad del mundo y su ajetreo.
Trata de mantener la calma de quien quisiera observar, sin prejuicios, entusiasmos ni enojos, su alrededor: ese mundo en plena ebullición como caldera de un volcán activo que tanto alza poderosas llamas de luz como oscuros penachos de ceniza y humos cegadores.
Y piensa en esto y lo otro. En su retiro inactivo de timorato piensa y a sí mismo se dice, como hablándole a otro:
“El ya casi infinito universo de la red nos sitúa a cuantos hacemos uso de ella en una comunidad universal o pandemonio de voces diversas en los más diversos escenarios. Yo, desde mi escondrijo, desde su escondrijo los otros, creemos comunicarnos. Miembros invisibles de esa colectividad innumerable que la red apresa, nuestras voces se confunden con el barullo general y poco o nada dicen y poco importan. Ante esta realidad desbordante conviene reaccionar optando por lo opuesto: por la adopción de lo menor y lo limitado del ámbito personal, del círculo más íntimo y restringido de lo que nos rodea inmediatamente.”
Lo dice, aún sabiendo que para muchos—si no todos—la fascinación del mundo—”ancho y ajeno”—enceguece de ambición de estar en él omnipresente.
Excelente. Inspirador. Ingenioso. Felicitaciones
Gracias. Se alegra el paguro de haberlo inspirado.