Por: Arturo Castillo Alva

Para Manuel Alba Vera

…Y vosotros, todos los onanistas de la ciudad masturbándose…

Y la gente, siempre jodiéndose unos a otros Y todos, todos los cadáveres amontonados… Lou Reed and The Velvet Underground

i

Nos mataríamos al cumplir treinta años Arrancaríamos nuestras sombras de los muros de sal romperíamos nuestros nombres como quebrar jarrones caminaríamos sobre nuestras madres llorosas como sobre vidrios brillando al sol. Sí, crujidos Nos mataríamos antes que cumplir treinta años

ii
Con sudor y sangre hicimos juramento
Nos mataríamos sin cumplir treinta años. No.
No seríamos adultos. Nunca ciudadanos 
de un país sin sueños. Y con hambre.
Nunca adultos de ocho horas de trabajo
de hijos que pelean, de infelices mujeres
de facturas sin pago, doloridas camas
cantinas sin respiro, noamadas amantes
meses sin lluvia, años sin viento
sillón de pata rota, ratones en la trampa
enyerbados jardines, domingo en camiseta
con cerveza en la mano de cara al enorme televisor

iii
Manuel alba vera, primo, primazo como tú lo decías
Hijo de Pascual y Patro que divorciaron pronto
en los llanos del golfo. Nos veíamos de niños
marcados como extraños por capricho de adultos
¿Qué sabíamos nosotros?
Supimos, sin embargo, mirarnos como niños
en un parque futuro que nunca imaginamos
y que, sin embargo, nos perteneció
a ratos perdidos
iv
Al final de la vida muchas noches te sueño
siempre tu calma voz, siempre tus grandes ojos
esa generosidad que siempre te alimentó, agridulce
con bocados, pequeños, de esperanza
Cuando en la mañana despierto muy temprano
-esto me pasa ahora-
me pesas en los huesos, en los pasos torpes de la vejez
Pero acompañas luego mi primer cigarrillo con café
y permaneces un rato en el sabor del humo y la bebida
aunque sea con silencio. Te moriste tan lejos.

v
Tú dejaste de fumar temprano, no sé
que imbécil doctor te lo aconsejaría. Yo continúo
Aspiro y pienso. Miro la azulosa estela
permanezco en ella hasta desvanecerse 
Te moriste tan cerca
vi
Recién saliste de prisión te invitamos a comer a casa
Expectantes te recibimos Gloria y yo
Parecías el mismo de siempre pero tu pelo era blanco
mientras afuera, desde el cuarto piso, ondulaban los verdes…
Yo no sabía qué decir porque sabía, tú lo sabías también
Te abandoné. Te abandonamos. Tal vez 
Pero nunca nos abandonamos a nuestra suerte
Nuestro albedrío, casa de nuestra desesperación
Años, un soterrado sentimiento de vergüenza
privó en mis actos
Cuántas palabras no eran necesarias 
para tu gesto sencillo, y lo dijiste luego:
Cada quien tuvo que hacer lo suyo. Está bien así
vii
A veces, sin embargo, no estoy seguro de haber hecho mi parte 
(He sido un escritor mediocre y sin fama que nunca
gozó ni de mi convicción)
y se me caen historias de la mano
una copa también. No los temblores
de la piel más profunda
Con mi hija pequeña escarbo en la arena de la amarga playa 
Hay una foto
Tú estabas huyendo en algún sitio
viii
Estoy aquí sentado a medianoche, escucho pasos
porque siempre hay pasos en las noches de los viejos
Todavía, muy de vez en cuando, visito la playa
ese falso escenario de nuestra generación
Siempre tuve la certeza de que seríamos
lo que éramos. Teníamos un país enfrente
Un mar envenenado. Un mundo envenenado
Un antídoto ingenuo, sí, pero guardado con celo
en bolsillo de obrero y sin probar todavía
Siempre fuimos lo que seríamos
Y seremos por siempre lo que fuimos 
ix
Estás seguro conmigo, primo Manuel
No alcanzará el tiempo para el olvido
y más seguro estás por eso
Estas en la página de un libro que no será leído 
Nadie nos reconoce ya en la calle, en buena hora
Y aquí estás, conmigo

Ocúltate en mi dolor de siempre 
como yo en nuestras risas de antaño
Estoy seguro contigo. Siempre lo estuve
x
Y todos los cadáveres amontonados
Masacre, sí, masacre. Masacre cotidiana
Niñas ardiendo desnudas por las carreteras
del fin de un mundo que no tenía fin
Carne asada al napalm del capitalismo un domingo
Masacre del Ché en Bolivia con los ojos
entreabiertos, y mirándonos. Moscas.
Millones muriendo de hambre. Moscas en los ojos
buitres en las azoteas, en las casas de lodo del progreso
Y todos los cadáveres amontonados
Masacre en la sierra de Guerrero
Masacre y el cadáver de Ben Barka
nunca encontrado. Masacre de Lumumba
Roque Dalton, Jaramillo y Lucio y Genaro
El sacerdote aquel, Camilo Torres
Masacre de hombres nunca encontrados
en los basureros de las iluminadas ciudades
en la oscuridad de perdidas cañadas en los montes
Luchas perdidas. Masacres. Obreros
arrojados al despeñadero de las calles oscuras
junto a perros sin nombre. Los innombrables
Masacre y pestilencia de los cadáveres amontonados
que nos cerraban el paso. Ah, primo
cuánto nos hirieron sus gusanos insomnes
Masacres, masacres, masacres. Rojo intenso
sobre gris, Sangre. Sí, sangre, al aire libre
espesando en lo frío de las masacres. Coágulos
Apilados cadáveres de campesinos desconocidos
Muchachas y muchachos lanzados vivos al mar
para alimentar la hoguera y tiburones
Todos muriendo lejos. Todos muriendo
a nuestro lado en camas sudorosas, sábanas sucias
donde cogimos quejumbrosos con nuestras ingenuas chicas
donde toda la madrugada gimieron de dolor los sueños
E íbamos a despertar a otra mañana, horadados y sin remedio
aunque nada hubiéramos dormido
xi
hace seis o siete años llamó tu hermano para pedirme
que fuera a cuidarte una noche al hospital. Ni siquiera sabía 
que estabas en el puerto. Tantos años sin verte
No estabas tan grave como pensé, pero lo estabas
Eras. Charlamos mucho. El mismo. Reímos. De entonces
(Qué palabra tan larga ‘entonces’; qué palabra sin tiempo)
Dormimos de a ratos en el silencio espeso de los hospitales
afuera un jardín iluminado a medias aportaba otro silencio
te acerqué agua, vacié tu orinal dos veces
Ambos sobrepasábamos los setenta
El doctor dijo: ‘Ahora ni siquiera piense en otro implante. 
Primero vamos a salir de esto’
En la madrugada fui a fumar afuera
recorrí un larguísimo pasillo solitario franqueado 
por puertas cerradas, como debe de ser 
el camino de la muerte, el de la vida común
Por un momento pensé que no alcanzaría la salida
Tal vez debimos matarnos a los treinta años
xii
Malditas todas las mujeres que no te amaron, primo Manuel
las que se aprovecharon de tu bondad
de tu sentido de lo justo. Las que rieron
cuando lloraste, que te rasgaron el alma 
con sus colmillos podridos
Malditas las mujeres que te dieron hijos imbéciles
que te despreciaron. Hijos que sin piedad te despojaron
Malditas todas, malditos sus hijos, malditos siempre
y para siempre, los hijos de tus hijos y sus hijos
(Sé que te dolería si me escucharas, pero ya no
me escuchas, estás muerto)
Malditas otra vez y siempre las mujeres que no supieron
que pasaste la vida pidiendo perdón a las mujeres
y perdonando a todas las mujeres que te fueron robadas

de la infancia

xiii
Sólo te topé una vez más: aún vivía tu madre. Te acompañaba
Te apoyabas en muletas, sin un fragmento de cadera
y sin fémur. Sonreíste como siempre. Esto resta
de lo que fuimos. Pero fuimos. A puñados comimos el dolor
y bebimos la esperanza a gotas. Saludamos al sol cuando nacía
y maldecimos dioses y galaxias
No, no queríamos morir
xiv
Nunca pudimos ser lo que no éramos
Aunque de a ratos lo intentamos. Ser como los otros
Aquel verano, sí, el otro invierno 
cuando descubrimos que todo
se oxidaba y no paraba de llover
Y estábamos empapados, temblorosos y muy lejos
y teníamos miedo del pasado y del futuro miedo
Pero no, nunca estuvimos dispuestos a ceder 
(Aunque a lo mejor me miento y no quiero
reconocer que fui cobarde)
xv
Luego te marchaste otra vez hacia el sureste
Incompleto esqueleto, carne vieja, noches
huecas de sueños donde los gritos retumbaban, sin embargo
de pared a pared, de un árbol al otro, de olvido en olvido 
y a un recuerdo vano, finalmente
Y tu hija te echó de la casa que le diste, del amor
que le diste. Te quitó tu pensión, tu pan
te arrancó tu mordida, tu saliva, tu lengua 
y hasta tu vaso de agua 
Te arrastraste por las banquetas pidiendo limosnas
bajo el inclemente sol del sur, tan lejos. 
Alguien nos avisó que te habían levantado del arroyo
xvi
Refúgiate en mí, primo Manuel. En mi casa vulgar
casa sin heroísmo ni paredes fuertes, sin armas suficientes
iluminada al menos con inútiles palabras
que arden en la noche y se evaporan
Refúgiate en mí. Aquí hay un sitio para tu dolor 
para tu esperanza. Refúgiate y reposa
juntos, si se puede, esperemos en vela
el amanecer
xvii
Un día cualquiera nos dijeron que habías muerto
seis meses atrás. Muerto. Estabas muerto. Eras nada
Para entonces tus gusanos naufragaban en la nada 
que alguna vez fuera tu todo. Un agua turbia. Esto 
y sólo esto, pensé cuando lo supe. Después lo dije a Olivia
que una tarde te recibió en la casa
Se me vino a la cabeza el mar; cervezas frías
pescado frito; ostras desperladas, pobresostras
La tarde que caía a nuestras espaldas
el último verano. Y el primero
Luego llamé a Gloria, a quien amaste, y se lo dije
Ah, sí, debimos haber muerto a los treinta años
xviii
Dioses del espejo roto, rogad por nosotros
Dioses de la sangre helada, rogad por nosotros
Dioses de los músculos cansados, rogad por nosotros
Dioses de los labios rotos a fuerza de besos irrumpidos, rogad por nosotros
Dioses de los labios rotos a fuer de lo dicho y lo gritado, rogad por nosotros
Dioses del miedo que fue nuestro, rogad por nosotros
Dioses del miedo que nos impusieron, rogad por nosotros
Dioses de las pistolas encasquilladas, rogad por nosotros
Dioses de las noches enfurecidas, rogad por nosotros
Dioses de los países tristes, rogad por nosotros
Dioses de los que nunca conocieron dioses, rogad por nosotros
Dioses de los globos reventados en la fiesta, rogad por nosotros
Dioses de los rostros que ignoramos, rogad por nosotros
Dioses de todos los cadáveres amontonados, rogad por nosotros
Dioses de los chicos que se masturbaron en las esquinas, rogad por nosotros
Dioses de las lindas chicas que ofrecieron paraísos, rogad por nosotros
Dioses que cogieron en la playa hasta sangrarse, rogad por nosotros
Dioses que bailaron, ebrios, hasta el amanecer, rogad por nosotros
Dioses que fallaron siempre por ser dioses, rogad por nosotros
Dioses de los camiones recolectores de basura del capitalismo, rogad por nosotros
Dioses de las tibias vaginas, los pezones mordidos, rogad por nosotros
Dioses que anidaron al menos un invierno en femenino pubis, rogad por nosotros
Dioses de los jardines rotos, el pasto quemado, rogad por nosotros
Dioses de los ojos de las muchachas que nos vieron, rogad por nosotros
Apedreados dioses de lo vano, de los botones caídos, rogad por nosotros
Dioses de la tuerca oxidada y el herrumbre, rogad por nosotros
Dioses de los gatos muertos, rogad por nosotros
Dioses de los gatos que nunca volvieron, rogad por nosotros
Dioses que se perdieron en la noche gatuna sin maullido 
sin colmillos, sin garras y sin furia, rogad por nosotros
Dioses de los templos arruinados donde mi abuela Chuy 
deambulara sin consuelo, rogad por nosotros
Dioses de las escaleras rotas, los ascensores descompuestos, rogad por nosotros
Dioses de los gargajos espesos fuera de la escupidera, rogad por nosotros
Ridículos dioses que no pudieron con nosotros cuando fuimos dioses
Dioses que murieron uno a uno en los arrabales del viento 
desojados dioses, deslenguados dioses; mudos, ciegos, inútiles dioses
Tened piedad y misericordia de nosotros

xix
Tal vez no debimos morir a los treinta años/
aca/pueblo viejo de tampico/agosto 2024
CODA
Cuánto, cuánto, cuánto añoramos la venganza.
Soñamos con ella, le cantamos, la invitamos a la cama
Compramos para esa noche sábanas nuevas. Rústicas, poderosas.
“Si son para la venganza no las cobro”, dijo el vendedor.

Ah, la sangre, la sangre escurriendo escaleras abajo por los castillos en llamas
Por los juzgados, por los cuarteles. Por las empapadas alfombras de los bancos
y las financieras. Espesa sangre, espumosa sangre.
Bocaradas de sangre envenenada de los mentirosos. Sangre y comida aceda.
Fragmentos pestilentes que las cucarachas despreciaron
Todos, todos los zares muertos en los sótanos de la venganza, los reyes y los príncipes
Sus hijos infantes degollados en nombre de los millones, sí,
y millones que murieron de hambre en la oscuridad de los siglos…
Todavía nos persigue su llanto por las noches. Su gemido lastimoso. 
Su vacío nos mete un hueco
Hervidero de sangre, bullicio de moscas, festín de gusanos ¡Sangre!
Eso queríamos.
Sangre por todas partes bendiciendo el futuro.

Caía la tarde, primo, estábamos sentados los dos en la plaza de armas
hacía frío, dolían los huesos de tan jóvenes
 e íbamos eligiendo los árboles
los árboles inocentes donde colgarían los cuerpos de los porteños culpables 
que veíamos en las fotos de los diarios, oleosos, rozagantes.

Ay, la venganza, Manuel, la venganza. La venganza, amado primo
La única pasión exclusivamente humana y que por eso es tan dulce, tan tierna, tan tímida
La única pasión que nos redime, nos extiende, nos define habitantes justos
de la última justicia. Y la primera. La única justicia.
Más los sueños poco se corresponden con la vida. Y lo supimos desde entonces.
Aunque saberlo no nos consolara…

No sé qué pienses tú, Manuel. Ignoro si puesto en el umbral de la muerte se piensa.
Si dan calambres, se ven niños correr por la banqueta, o si se siente sed en demasía
si duelen los colores en los nervios o sobra viento en los pulmones; los papalotes
revientan los cordeles, si se huelen faldas de muchachas. Los holanes.
O si da comezón a media espalda -ese sitio inalcanzable de la noche 
donde nada camina más que el viento

Pero ganamos, primo, y aquí estamos.
Y aquí están los demás. Y somos muchos/

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