(o La comparsa de la vida dirigida por un dentífrico)
Por Jorge Sáenz
Foto: La reproduction interdite, René Magritte, 1937.
Inversión de lectura: 2 minutes
Voltea a tomar el cepillo dental y el dentífrico. Pero él no voltea a tomar el cepillo dental y el dentífrico, él piensa que voltea a tomar el cepillo dental y el dentífrico y después lo hace. Tras esto, se observa al espejo, corrección, piensa que se observa al espejo. Entonces viendo, pensando que ve, de frente, como a quien le quitan la venda después de mucho tiempo… mira. Piensa que quizás la escena este muy forzada y fingida. Escribir es un completo ejercicio de simulacro. Como los actores. Porque antes de una acción, hay un pensamiento predeterminado a que el personaje tome esa misma acción. Es de esta manera que los personajes deambulan como marionetas y el escritor se pregunta… ¿Son reales? ¿Son verosímiles? De la misma manera que un actor ante la cámara. Pero mientras este solo trabaja en la representación visual, el escritor busca dar contexto y veracidad de pensamiento a lo representado. Una impostura mas profunda y culposa. ¿Es creíble que voltee a tomar el cepillo dental y el dentífrico? O quizás antes debería cerrar la puerta del aseo, prender la luz para poder ver, sacar la pasta de dientes del cajón (donde siempre habita) ¿Es necesario que en un mundo sin caries, ni espacios en el relato para la higiene personal, un personaje se lave la boca? Tampoco pueden estar siempre las cosas dispuestas para que los personajes hagan uso de ellas, eso es imposible ¡No cualquiera puede cepillarse los dientes con naturalidad ¡Todos los movimientos parecen tan erráticos! ¡Como si fuesen impuestos… postizos! Entonces el escritor piensa que lavarse los dientes quizás no es realmente lo que este hombre desea hacer, sino mas bien busca dirigir una pieza musical en un concierto invisible que el personaje imagina. Todo parece una larga excusa para hablar de ellos mismos, para extender su existencia en nimiedades. El cepillo de dientes es solamente la varita conductora. El hombre se dispone entonces a escuchar una música inexistente (¿o piensa que escucha una música existente?) y mueve ambas manos como si un ligero roce las levantara, como si fuesen sujetadas por dos hilos de un titiritero superior a su entendimiento, inconcebible en presencia y forma. El hombre deja sus utensilios de locura y se vuelve a mirar al espejo, ese reducto de mirada donde se transparenta un yo simulado. Se desvanece al saberse un mal actor. Un escritor fracasado, porque retratar la realidad siempre fue un acto de falsificación. Cae. O piensa que cae, al saberse un hombre que siquiera puede ser personaje de sí mismo.
Jorge Sáenz (McAllen, TX) es egresado de la Universidad de Texas de Austin en las licenciaturas de Economía y Literatura Hispanoamericana. Ha publicado en varias revistas como Punto de partida y Latino Book Review. Desde el 2016 co-dirige el blog literario Fragmentario. Actualmente cursa su maestría en escritura creativa en la Universidad de Texas UTRGV mientras trabaja en su primer novela.