Por J. P. Dávila
::: Como en sus textos anteriores, en ésta su columna de hoy, nuestro ensayista nos ofrece una inteligente meditación sobre algo esencial al arte de las letras desde todos los tiempos y su importancia en los nuestros–ahora–y los de mañana.
Pensé hacer una historia de la inspiración, comenzando con los primeros neandertales porque seguramente eructaban algo parecido a nuestras palabras al notar cómo las sombras que desparramaba el fogón de la caverna—si en aquel entonces así lo hacían—se parecían a los sueños o a los animales horripilantes que cazaban. Pensé escribir de los vates que en latín citaban a las musas usando ritos oscuros y…no sé. Ni por la cantidad de velas que prendí a mi musa, ni por las veces que le grité al duende me inspiraron a escribirla. Decidí, en fin, volver a lo que siempre me ha funcionado: investigar a solas.
Desde un principio la inspiración (del latín: in+spirare) se representaba como cosa externa. Un repentino inhalar o la recepción de alguna chispa divina, concedida por las mismas musas que se invocan al comienzo de la Ilíada y la Odisea (800 BCE) y que vemos impartiendo una voz demiúrgica al poeta de la Teogonía de Hesíodo (700 BCE). En la tradición judeocristiana también encontramos esa fuerza divina que flotaba sobre las aguas durante la creación del mundo en Génesis e insufla vida en Adán y anima a cada profeta de la Biblia.
No es hasta que llegamos a la época Romántica, por lo menos en la tradición inglesa, que la musa y la naturaleza de la inspiración empiezan a cambiar. Aunque abundan en la poesía Romántica las referencias y súplicas a las musas, la musa, que servía más como adorno poético, sobraba. Los Románticos, como muestra Wordsworth en su prefacio a las Baladas líricas (1798), buscaban inspiración en la naturaleza, los sentimientos y la soledad. El objeto de la colección, según su autor, fue escoger “acontecimientos y situaciones de la vida común” y “presentarlos a la mente [del lector] de manera inusual” e interesante (Wordsworth 2-3, trad. mía). Como la poesía es “el espontáneo derrame de emociones fuertes” recuperadas y organizadas después en la meditación y en el retiro de la reflexión (Ibid 4). Tomamos las citas para llegar a las siguientes conclusiones: 1) la inspiración y la creación siguen siendo elementos distintos del mismo proceso (crear), 2) la vida cotidiana y, sobre todo, la naturaleza son las fuentes de la inspiración; aún hablamos de una inspiración externa, y 3) lo que ocasionó la inspirada euforia—tema y materia del poema—se purifica en el crisol de la contemplación antes de escribir.
El enfoque en la contemplación y el destilar de un derrame emotivo nos aleja, pienso, del campo clásico de la posesión divina y del furor poético y nos lleva hacia la psicología, al humanismo. Y aunque sería divertido trazar, generalmente, cuáles fueron las fuentes de inspiración que captaron el espíritu de la época en las eras Victoriana y modernista (sospecho que fueron las relaciones interpersonales y los efectos de la industrialización en la sociedad, en la primera y una conciencia del peligro y sufrimiento global entre las guerras mundiales, en la segunda) prefiero, por amor de la brevedad, adelantarme a ruminar sobre posibles fuentes de la inspiración contemporánea.
Con la crítica siempre diez pasos detrás de la innovación y la prosodia actual es arriesgado pronunciarse sobre el presente en desarrollo y sobre el clima literario sujeto a la novedad constante. Para poder seguir, le prendo una vela a la musa consentida de los que habitualmente hablan tonterías, me baso en las conclusiones anteriores a la época Romántica para comparación y ofrezco la próxima observación para establecer mi idea: las redes sociales, que continuarán enseñándonos lo valioso e importante que pueden ser las conexiones y amistades virtuales, terminarán en fin, irónicamente, abandonándonos en el aislamiento digital. Por mucho que nos satisfaga, simulando un sentido de comunidad, la camaradería que, con suerte, se puede encontrar en la red, no reemplazará al contacto social de la vida real, concreta; ese contacto que resulta en el crecimiento de cada uno, ese desarrollo de la inteligencia interpersonal (también emocional), y ese autodescubrimiento que viene solo con saberse percibido por el otro. Me imagino que por su ausencia, el autodescubrimiento se volverá más valioso y más buscado. El yo y la vida interna continuarán siendo la nueva frontera de la epifanía, de la inspiración. La naturaleza humana, la psicología personal, el solipsismo y los sentimientos reemplazarán a la inspiración externa de la musa, la naturaleza y los dioses.
“William Wordsworth.” Poetry Foundation, Poetry Foundation, [Publication Date], poetryfoundation.org/poets/william-wordsworth.
Wordsworth, William. Preface to Lyrical Ballads. The Harvard Classics, 1909–14, pp. 2–3.