Ser casa
Me gusta estar en casa. Cada vez me reconozco más a mí mismo en amalgama con la casa. Un gasterópodo que asume sus formas y usurpa sus memorias. Soy uno, y otro distinto cuando estoy fuera de ella. Dentro no hay necesidad de explicarme, de traducirme a los cohabitantes. Disfruto sus espacios y los seres que con tanta generosidad contiene. Los vivos: inocentes, hermosos en su finitud y los inanimados: útiles, serviles, callados, perenes. Afuera me adapto, me despliego, optimizo vista y tentáculos. Soy lo que el mundo reclame de mí. Esta casa no es un simple nido, o un refugio al que se vuelve después de la tormenta. Es espacio e ideal. Y cuando los deberes me llaman a salir, de algún modo la casa sale conmigo, la llevo a cuestas, como un caparazón invisible, un abrazo.
Me pone triste la desnudez vulnerable del paguro.
Caracol
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Ermitaño
Es eremita quien se escabulle del ajetreo del mundo y se esconde de los demás en una ermita—cueva, cabaña rural o motel—apartada, solitaria. Desde su apartamiento puede observar, como desde una atalaya alzada en la proverbial montaña, la ansiosa actividad de quienes—contrarios a lo que él hace—se afanan y agobian por vivir lo mejor que pueden.
El simbólico paguro—cangrejo ermitaño que llaman—observa desde su escondrijo en la concha de caracol abandonada el ir y venir del mundo y medita, obviamente, sobre “la mortalidad del cangrejo”, es decir sobre la brevedad de su maravilla.
Ocio digno del filósofo es el suyo. Ocio del poeta y sus antenas de hipersensible. Ocio de quien sabe que no hay mejor actividad que no hacer nada. Ocio, en fin, del iluminado.
Ocio imperfecto, sin embargo, de la imperfecta, imposible soledad.
Porque, por muy escondido que esté en su concha protectora, pertenece el paguro al mundo y el mundo lo requiere de mil maneras.
No hay celda de eremita ajena al mundo y su humanidad. Función de quien en ella protegido medita-–porque su función tiene el tímido cangrejo como el más adelantado—es contemplar la omnipresente realidad, cavilar sobre ella y dar cuenta de su misterio: la insondable conciencia humana.
Paguro
Muy interesante la conexion que tienen estos dos textos. Se leen e invitan a volverse a leer